Si hay una escena horrible en la
vida es ver cómo anda un pollo sin cabeza, en sus momentos finales. Desespera ver
sus compulsivos movimientos y sobre todo el saber que solo tiene un final
posible: el desplome definitivo. El actual liderazgo en nuestra economía y
también en nuestra vida política tiene un comportamiento muy parecido, solo se
mueve compulsivamente en la llamada consolidación fiscal, con la única posibilidad
de la reducción del gasto, y sabe que eso solo produce la asfixia, es decir, la
muerte, su final.
El mensaje europeo en estos
tiempos, con la notable influencia de la Alemania conservadora, es muy claro
hacia España: el modelo de liderazgo económico y social de las élites españolas
ha comportado, hasta ahora, el peor colapso económico que podíamos imaginar, y
hay que hacer profundas reformas. Estoy de acuerdo en esto que dicen, que considero
como el principal mensaje: las clases dirigentes en España mantienen
inalterable su poder a pesar del cambio de régimen – de la dictadura a la
democracia- y de la integración europea. Han modificado solo la apariencia, con
un rostro más democrático, mientras han seguido dominando inalterados los
resortes de la economía y su estructural e insano modelo de desarrollo. Un
modelo basado en la especulación del dinero fácil y el cortoplazismo en la
inversión, sin descartar las connivencias con lo público y su derivada
principal, la corrupción, fruto de una fuerte debilidad de los poderes públicos. Una clase dirigente, la
española, que, a pesar de estar anclada en un hipernacionalismo político, que
preserva su jerarquía social, ha jugado y fuerte en la economía especulativa
global, provocando importantes
salidas de capital nacional a destinos extranjeros, eso sí, mientras invertían
en España, compañías extranjeras invadían los escasos segmentos de nuestra economía que se abrían para el
capital financiero extranjero, en concreto, a la especulación inmobiliaria.
Sí que es verdad, como dicen los voceros de
Europa, que hoy lo que nos hace
falta a España es sacarnos de encima
a unas élites que monopolizan el
poder económico en las partes más rentables del sistema – es su bunker
de siempre- y solo abren, o mejor dicho lo dejan abrir, en aquellas ocasiones
que significan un alto
riesgo o una rentabilidad a largo plazo. Se benefician estas mismas élites de
un sistema fiscal ligth para las grandes fortunas y también para los sistemas especulativos
de desarrollo económico, los que no están basados en la economía productiva. Un
sistema fiscal que, por el contrario, es muy duro para las rentas del trabajo y
del consumo. Hace falta construir un país con compromisos de inversión, de
creación de empleo, y de reducción de las, cada vez más, profundas
desigualdades sociales en el marco de un crecimiento sostenible
mediombientalmente. Esta es la única salida y las élites no están por la labor.
Mientras las élites españolas hoy
van a Europa y enfatizan de ella solo su mensaje austericida: hay que gastar lo
que se tiene (lo de ellos está fuera de España o en negro), hay que socializar
las deudas privadas (que las paguemos entre todos) y construir esfuerzos
nacionales que pesen sobre los más débiles, que permitan salir a cada país de la crisis. Nos dicen que,
si todos los motores van bien y aligeran sus pesos muertos, Europa irá bien, se
salvará el euro. No dicen que éste está en manos de pocos, pero es así.
Ciertamente, el que la derecha europea hoy está por menos Europa y más porque
cada “palo aguante su vela”, en términos de país, pone sordina a sus críticas,
en las que estoy de acuerdo, a las
élites españolas y, contrariamente a lo que dicen, en la práctica, solo
protegen los comportamientos más indeseables de nuestra derecha, muy
conservadora. Esto profundiza nuestras desigualdades y provoca el decrecimiento
de nuestra economía, con la consiguiente profundización de un circulo vicioso
en lo económico: + deuda = - gastos – ingresos.
Este “pollo sin cabeza” que es la
economía española, hoy, ha terminado su vida de forma horrible, como también lo
fue por profundamente desigual su desarrollo. Sin más, un sin sentido general,
sin olvidar que, mientras tanto, ha propiciado consolidación y riqueza para
unos pocos, los de siempre, y deuda para muchos, que ahora quieren, y parece
que van a conseguir, que la paguemos entre todos - la pública y la privada al
mismo tiempo-. Rezar o lamentarse por el “viejo y descabezado pollo” solo prolonga su agonía, la de todos. Si
somos realistas, y algo pragmáticos, solo nos queda ir a otra cosa ya, esta no
da para más.
Es necesario un nuevo paradigma
económico en España con una nuevas élites, con un reforzamiento institucional
que provenga de la modernización y la transparencia de la gestión de lo
público, adaptación a los nuevos tiempos y al uso de la tecnología. Debe
hacerse la renovación de la administración preservando el estado de bienestar alcanzado y, a su
vez, conseguir la corrección de las crecientes desigualdades que las políticas
de equidad no han evitado, y, sobre todo, reformar, como prioridad, nuestra
actividad productiva consolidándola primero, en el corto plazo, pero con la
mirada en el medio y largo plazo para que produzca los bienes necesarios de la
demanda nacional y a la vez tenga una capacidad de competir en el mundo.
Unas ideas clave para empezar de
nuevo:
Renegociar con voluntad de atender
la deuda soberana y sus plazos de devolución, segmentando claramente la que es
de origen público o responsabilidad compartida y la que es de origen privado, o
sea, de responsabilidad personalizada. Los efectos sobre el gasto público en su
mora deben ser sostenibles socialmente, con un necesario incremento de la
inversión y la financiación básica de nuestra economía primaria, la que produce
bienes y servicios. Si Europa y sus sistemas financieros no nos ayudan solo nos
queda ir al mal llamado default, y a una quita a nuestros proveedores de
capital.
Financiar nuestro sistema
productivo primario, el que esté en condiciones de garantizar que solo se le financia la liquidez que le
permite activar su actividad y garantizar un razonable retorno a unos
precios asumibles en sus costes en
términos de competitividad. En ningún caso, financiar deuda privada que tiene
un difícil retorno económico, la mala cabeza cada cual se la pague o, mejor
dicho, responda por la suya.
Favorecer una dimensión
empresarial saludable que evite el ineficiente minifundismo empresarial que
solo provoca ganancias en el corto, que no consolida economías de escala o sinergias
que son la base de un desarrollo económico más consolidado y sostenible. Los
sectores en los que consolidar y desarrollar nuestra producción deben estar
anclados en nuestras posibilidades presentes y futuras, huir, como del agua
hirviendo, de voluntarismos irrealizables o de escapadas hacia adelante. Solo
el esfuerzo, la capacidad y el tesón producen la excelencia. Lo demás son
espejismos que acaban en frustración y producen pobreza y pérdida de la esperanza
colectiva.
Una nueva política que favorezca
una cultura productiva y emprendedora basada, principalmente, en el desarrollo
del capital humano, de sus capacidades y motivaciones, que impida a la vez las
grandes desigualdades salariales y los corporativismos insolidarios.
Finalmente, situados en la
proverbial escasez de energía propia, que es donde tenemos nuestro talón de Aquiles, tendremos que conseguirla
mediante el aumento de la autoproducción, de un lado, o de compensar su escasez
con las ventajas de nuestra posición geográfica; una oferta turística
basada en unos razonables términos
de calidad de vida; y una mayor longevidad de la población.
Cambiar y reformar no es, como
hasta hoy, recortar y debilitar más nuestra economía. Eso es la gobernanza del
miserable que solo usa la contabilidad como técnica. Gobernar es movilizar
nuestros recursos propios y acertar en liderar un amplio movimiento,
consistente, que vaya hacia un sólido desarrollo de nuestros fundamentos
económicos. Y, mientras, a los hermanos europeos, sin olvidar que también lo
somos nosotros, hay que decirles que o renegocian la deuda razonablemente, sin
asfixias, o que hay “quita”
española, no damos para más.
El rescate europeo, sin más, sin
capacidad nacional de reformas en profundidad nos llevará al suicidio, pero
somos conscientes que, como hemos dicho, para salir de esta necesitamos también
nuevas élites, ampliar la democracia y, sobre todo, una actitud más favorable
al cambió de todos, pues así como estamos hoy acabaremos como el pollo sin
cabeza.
Francesc Castellana
15/12/2012