martes, 18 de diciembre de 2012

Ir a algún lado cuando se viene de ninguna parte



Si hay una escena horrible en la vida es ver cómo anda un pollo sin cabeza, en sus momentos finales. Desespera ver sus compulsivos movimientos y sobre todo el saber que solo tiene un final posible: el desplome definitivo. El actual liderazgo en nuestra economía y también en nuestra vida política tiene un comportamiento muy parecido, solo se mueve compulsivamente en la llamada consolidación fiscal, con la única posibilidad de la reducción del gasto, y sabe que eso solo produce la asfixia, es decir, la muerte, su final.

El mensaje europeo en estos tiempos, con la notable influencia de la Alemania conservadora, es muy claro hacia España: el modelo de liderazgo económico y social de las élites españolas ha comportado, hasta ahora, el peor colapso económico que podíamos imaginar, y hay que hacer profundas reformas. Estoy de acuerdo en esto que dicen, que considero como el principal mensaje: las clases dirigentes en España mantienen inalterable su poder a pesar del cambio de régimen – de la dictadura a la democracia- y de la integración europea. Han modificado solo la apariencia, con un rostro más democrático, mientras han seguido dominando inalterados los resortes de la economía y su estructural e insano modelo de desarrollo. Un modelo basado en la especulación del dinero fácil y el cortoplazismo en la inversión, sin descartar las connivencias con lo público y su derivada principal, la corrupción, fruto de una fuerte  debilidad de los poderes públicos. Una clase dirigente, la española, que, a pesar de estar anclada en un hipernacionalismo político, que preserva su jerarquía social, ha jugado y fuerte en la economía especulativa global, provocando  importantes salidas de capital nacional a destinos extranjeros, eso sí, mientras invertían en España, compañías extranjeras invadían los escasos segmentos de  nuestra economía que se abrían para el capital financiero extranjero, en concreto, a la especulación inmobiliaria.

Sí que es  verdad, como dicen los voceros de Europa, que  hoy lo que nos hace falta a España  es sacarnos de encima a unas élites que monopolizan el  poder económico en las partes más rentables del sistema – es su bunker de siempre- y solo abren, o mejor dicho lo dejan abrir, en aquellas ocasiones que    significan un alto riesgo o una rentabilidad a largo plazo. Se benefician estas mismas élites de un sistema fiscal ligth para las grandes fortunas y también para los sistemas especulativos de desarrollo económico, los que no están basados en la economía productiva. Un sistema fiscal que, por el contrario, es muy duro para las rentas del trabajo y del consumo. Hace falta construir un país con compromisos de inversión, de creación de empleo, y de reducción de las, cada vez más, profundas desigualdades sociales en el marco de un crecimiento sostenible mediombientalmente. Esta es la única salida y las élites no están por la labor.

Mientras las élites españolas hoy van a Europa y enfatizan de ella solo su mensaje austericida: hay que gastar lo que se tiene (lo de ellos está fuera de España o en negro), hay que socializar las deudas privadas (que las paguemos entre todos) y construir esfuerzos nacionales que pesen sobre los más débiles,  que permitan salir a cada país de la crisis. Nos dicen que, si todos los motores van bien y aligeran sus pesos muertos, Europa irá bien, se salvará el euro. No dicen que éste está en manos de pocos, pero es así. Ciertamente, el que la derecha europea hoy está por menos Europa y más porque cada “palo aguante su vela”, en términos de país, pone sordina a sus críticas, en las que estoy de acuerdo,  a las élites españolas y, contrariamente a lo que dicen, en la práctica, solo protegen los comportamientos más indeseables de nuestra derecha, muy conservadora. Esto profundiza nuestras desigualdades y provoca el decrecimiento de nuestra economía, con la consiguiente profundización de un circulo vicioso en lo económico: + deuda = - gastos – ingresos.

Este “pollo sin cabeza” que es la economía española, hoy, ha terminado su vida de forma horrible, como también lo fue por profundamente desigual su desarrollo. Sin más, un sin sentido general, sin olvidar que, mientras tanto, ha propiciado consolidación y riqueza para unos pocos, los de siempre, y deuda para muchos, que ahora quieren, y parece que van a conseguir, que la paguemos entre todos - la pública y la privada al mismo tiempo-. Rezar o lamentarse por el “viejo y descabezado pollo” solo  prolonga su agonía, la de todos. Si somos realistas, y algo pragmáticos, solo nos queda ir a otra cosa ya, esta no da para más.

Es necesario un nuevo paradigma económico en España con una nuevas élites, con un reforzamiento institucional que provenga de la modernización y la transparencia de la gestión de lo público, adaptación a los nuevos tiempos y al uso de la tecnología. Debe hacerse la renovación de la administración   preservando el estado de bienestar alcanzado y, a su vez, conseguir la corrección de las crecientes desigualdades que las políticas de equidad no han evitado, y, sobre todo, reformar, como prioridad, nuestra actividad productiva consolidándola primero, en el corto plazo, pero con la mirada en el medio y largo plazo para que produzca los bienes necesarios de la demanda nacional y a la vez tenga una capacidad de competir en el mundo.

Unas ideas clave para empezar de nuevo:

Renegociar con voluntad de atender la deuda soberana y sus plazos de devolución, segmentando claramente la que es de origen público o responsabilidad compartida y la que es de origen privado, o sea, de responsabilidad personalizada. Los efectos sobre el gasto público en su mora deben ser sostenibles socialmente, con un necesario incremento de la inversión y la financiación básica de nuestra economía primaria, la que produce bienes y servicios. Si Europa y sus sistemas financieros no nos ayudan solo nos queda ir al mal llamado default, y a una quita a nuestros proveedores de capital.

Financiar nuestro sistema productivo primario, el que esté en condiciones de  garantizar que solo se le financia la liquidez que le permite activar su actividad y garantizar un razonable retorno a unos precios  asumibles en sus costes en términos de competitividad. En ningún caso, financiar deuda privada que tiene un difícil retorno económico, la mala cabeza cada cual se la pague o, mejor dicho, responda por la suya.

Favorecer una dimensión empresarial saludable que evite el ineficiente minifundismo empresarial que solo provoca ganancias en el corto, que no consolida economías de escala o sinergias que son la base de un desarrollo económico más consolidado y sostenible. Los sectores en los que consolidar y desarrollar nuestra producción deben estar anclados en nuestras posibilidades presentes y futuras, huir, como del agua hirviendo, de voluntarismos irrealizables o de escapadas hacia adelante. Solo el esfuerzo, la capacidad y el tesón producen la excelencia. Lo demás son espejismos que acaban en frustración y producen pobreza y pérdida de la esperanza colectiva.

Una nueva política que favorezca una cultura productiva y emprendedora basada, principalmente, en el desarrollo del capital humano, de sus capacidades y motivaciones, que impida a la vez las grandes desigualdades salariales y los corporativismos insolidarios.

Finalmente, situados en la proverbial escasez de energía propia, que es donde  tenemos nuestro talón de Aquiles, tendremos que conseguirla mediante el aumento de la autoproducción, de un lado, o de compensar su escasez con las ventajas de nuestra posición geográfica; una oferta turística basada  en unos razonables términos de calidad de vida; y una mayor longevidad de la población.

Cambiar y reformar no es, como hasta hoy, recortar y debilitar más nuestra economía. Eso es la gobernanza del miserable que solo usa la contabilidad como técnica. Gobernar es movilizar nuestros recursos propios y acertar en liderar un amplio movimiento, consistente, que vaya hacia un sólido desarrollo de nuestros fundamentos económicos. Y, mientras, a los hermanos europeos, sin olvidar que también lo somos nosotros, hay que decirles que o renegocian la deuda razonablemente, sin asfixias, o que  hay “quita” española, no damos para más.

El rescate europeo, sin más, sin capacidad nacional de reformas en profundidad nos llevará al suicidio, pero somos conscientes que, como hemos dicho, para salir de esta necesitamos también nuevas élites, ampliar la democracia y, sobre todo, una actitud más favorable al cambió de todos, pues así como estamos hoy acabaremos como el pollo sin cabeza.


Francesc Castellana
15/12/2012