domingo, 2 de junio de 2013

La formación para el empleo o en el empleo hoy


En un debate en El Prat del Llobregat, al respecto de la relación entre empleo y formación profesional, un representante empresarial afirmó que los empresarios no conocen la formación necesaria en sus empresas y que ello dificulta la elaboración de catálogos formativos adecuados para atender a sus potenciales demandas. No sé si la  afirmación se corresponde con la realidad o es una exageración, pero dicho por un representante empresarial, uno se pregunta ¿si no lo saben las organizaciones empresariales quién lo debe saber? En este caso, no se  puede responsabilizar a los gobiernos de lo que no saben y deben saber los empresarios y hay que ayudarles cómo sea a que lo sepan. Sorprendió en el debate que los representantes empresariales también hablaron de la necesidad de más formación técnica y de la sobre oferta de personas con titulación universitaria. La última afirmación fue contestada por los expertos como inapropiada en su comparación con el resto de la Unión Europea y las economías más desarrolladas.
Llevamos largo tiempo en la búsqueda de una relación equilibrada de la oferta formativa con las necesidades de competencias en el empleo. Ni en los organismos de la comunidad autónoma de Catalunya, en los que he participado, ni en los de la Administración General del Estado, han conseguido un completo mapa de las necesidades formativas del sistema productivo y así poder marcar unas prioridades para lograr una buena senda para conseguir satisfacerlas.
Que ingenuidad la mía, pensé al oír al representante empresarial en El Prat, al pensar hasta ese momento  que entre  todos conocíamos con suficiente  detalle el sistema productivo y las demandas u oportunidades profesionales que existían en el mercado laboral para así establecer las prioridades formativas en cada convocatoria. Pensábamos todos que era necesario que empresarios, trabajadores y gobiernos profundizáramos más  en la detección de las necesidades concretas del sistema productivo, pero estábamos empeñados en hacer formación,  más formación a toda costa,  en algunas ocasiones era difícil justificar del todo su necesidad concreta. Aunque, curiosamente, se programaban las mismas acciones formativas por las empresas que por las instituciones formadoras sin condicionamiento institucional.
Si la afirmación en El Prat del representante empresarial sobre el desconocimiento de la empresas de sus necesidades de formación es cierta mi tranquilidad ya no es tanta.
En España se ha generado muchas horas de formación con la financiación de las empresas y los trabajadores. Formación que era necesario hacer y que, seguramente, ha sido útil para las personas que la han realizado pues, o han complementado su formación  inicial, o les ha supuesto acceder al conocimiento y las habilidades que no poseían antes. Pero, reconocida la eficacia de la formación realizada, esto no supone necesariamente la  justificación de su eficiencia, por la determinación de su necesidad previa y por los indicadores de su impacto posterior en el sistema productivo. Seguramente,  el déficit estuvo al establecer el para qué de la formación, la objetivación de su necesidad ha sido la causa de poder probar su eficiencia.
Hoy, en Catalunya, hay en torno a 928.254 persones de 16 a 64 años que no han podido  graduarse  en la Enseñanza Secundaria Obligatoria, que es condición mínima para el acceso a una formación profesional en el sistema educativo, o en formación profesional para el empleo. Unas 2.318.085 persones disponen de un nivel de formación que acredita una  capacidad profesional o la posibilitad de acceder a ella. Finalmente, 979.756 personas disponen de una titulación universitaria.
En el mercado de trabajo hoy se habla de infracualificación, de personas que no tienen la formación necesaria para desempeñar una función laboral con más requerimientos de profesionalidad de la que disponen, o de sobrecualificación  personas que desempeñan una función laboral que requiere de una menor cualificación de las que ellas acreditan. Ambos casos son manifestaciones de desequilibrio entre las necesidades profesionales de un puesto de trabajo y las capacidades de las personas que lo ocupan. Al observar nuestro modelo productivo, en términos de productividad y de valor añadido, sabemos que son pocos los puestos de trabajo  que corresponden a un nivel de exigencia de título  universitario. Son más los puestos de trabajo de nivel medio que demandan un nivel de acreditación profesional medio o especializado y, finalmente, los de menor cualificación cada vez ocupan un menor espacio en el empleo.
El desequilibrio principal del mercado de trabajo en términos de cualificación lo provoca, por un lado, la escasa demanda de trabajos que requieren de un nivel universitario para su desempeño, ello provoca que las personas que poseen ese nivel de titulación invadan también puestos de trabajo que requieren menos nivel de cualificación. Y, por otro, que las personas sin cualificación en este contexto pierden casi todas las oportunidades laborales porque primero se destruyen los empleos que no requieren cualificación y los que hay son ocupados por personas con mayor nivel de cualificación. Un ejemplo de la tendencia lo observamos en las personas de 16 a 24 años, podemos observar que solo han aumentado las oportunidades de empleo en esta crisis para los universitarios y  en los sectores del comercio  y la hostelería  junto a los sectores de los nuevos servicios. El resto de grupos segmentados por actividad y titulación académica solo han visto disminuir el empleo. La tendencia está ahí: la máxima exigencia de un nivel de formación, pero no para un puesto de trabajo cualificado sino que, inesperadamente, es para los puestos de trabajo disponibles hoy que en su mayoría son, en buena parte, de un bajo nivel de cualificación, que, por otra parte, también están disminuyendo fruto de la contracción económica.
Para corregir este desequilibrio en materia de formación y el empleo es necesario establecer una agenda renovada para la formación para el empleo con dos prioridades: una mayor y adecuada especialización de la oferta formativa a las necesidades de los puestos de trabajo y la garantía de acceso para todas las personas en edad de trabajar a todas las oportunidades formativas. Más concretamente, una acción que garantice la formación en competencias básicas para las personas no graduadas en ESO y una formación que permita especializarse en niveles de profesionalidad adecuados. La formación en gestión de proyectos y el emprendimiento deben ser también una nueva prioridad para los licenciados universitarios sin un trabajo adecuado a su capacidad profesional.
Pero, con toda seguridad, hay que hacer una definición clara del para qué del sistema de formación para el empleo. Hay que conseguir un buen plan de la formación necesaria y adecuada a las necesidades presentes y futuras de nuestro sistema productivo. Un plan que conozca y acredite técnicamente todas las necesidades formativas, los requerimientos profesionales, que defina los productos formativos y los métodos de impartición, que defina las recursos y los operadores, que determine las condiciones de acceso a la formación de los usuarios. Finalmente, con un plan que incluya un sistema de evaluación ex ante, en el proceso, y ex post. Evaluación que mida la eficacia, la eficiencia y el impacto de la formación y asegurar sus finalidades en términos de conocimiento y habilidades de las personas, de la mejora del capital humano y su aportación de valor en el sistema productivo, y, finalmente, como último resultado, la mejora de la competitividad del sistema económico.